miércoles, 30 de septiembre de 2015

Crítica al cosmopolitismo

Edward Hallet Carr, "La crítica realista del internacionalismo", en The Twenty Years' Crisis, 1919-1939. An Introduction to the Study of International Relations, Harper Torchbooks, Nueva York, 1964 (1.ª ed., 1939), pp. 85-88 (extractos).

El concepto de internacionalismo (cosmopolitismo) es una forma especial de la doctrina de la armonía de intereses. Al igual que esta doctrina, el internacionalismo tiene dificultades para presentarse como una realidad independiente de los intereses y de las políticas de sus promulgadores. Sun Yat-sen escribió que "el cosmopolitismo es lo mismo que la teoría china del imperio mundial de hace dos mil años (...). China deseaba ser dueña y señora del mundo y situarse por encima de todas las otras naciones, por ello adoptó el cosmopolitismo". En el Egipto de la Octava Dinastía, según Freud, "el imperialismo quedó reflejado en la religión de la universalidad y del monoteísmo". La doctrina de un único Estado mundial, propagada por el Imperio romano y después por la Iglesia católica, era el símbolo de su voluntad de dominio mundial. El internacionalismo moderno tiene su origen en la Francia de los siglos XVII y XVIII, momento en el que la hegemonía de Francia en Europa se hallaba en su momento álgido. Èste fue el periodo en el que Sully escribió Grand Dessin y el Abbé de Saint-Pierre su Projet de Paix Perpétuelle (planes para perpetuar el statu quo internacional favorable a la monarquía francesa); y en el que el francés se estableció como lengua universal de las personas cultivadas. Un siglo después el liderazgo pasó a Gran Bretaña, que se convirtió en el fuedo del internacionalismo. La víspera de la Gran Exposición de 1851 -acontecimiento que simbolizó mejor que cualquier otro la supremacía mundial de Gran Bretaña- el príncipe consorte habló de manera conmovedora de "ese gran final hacia el que apunta el curso de la historia: la consecución de la unidad del género humano", que Tennyson alabó como "el parlamento de los hombres, la federación mundial". En nuestro siglo, Francia eligió el momento de su mayor supremacía en los años veinte para lanzar un plan de "Unión Europea"; poco después Japón expresó su objetivo de proclamarse líder de una Asia Unida. Es sintomático del predominio internacional de los Estados Unidos el éxito que ha tenido esta publicación, a finales de los años treinta, de un libro de un periodista americano en el que se propone una unión mundial de democracias en la que los Estados Unidos desempeñaría un papel predominante.

De la misma manera que las llamadas a la "solidaridad nacional" en la política interna siempre proceden de un grupo dominante que desea usar esa solidaridad para reforzar su propio control sobre toda la nación, las llamadas a la solidaridad internacional y a la unión mundial proceden de aquellas naciones dominantes que esperan ejercer su control sobre un mundo unificado. Los países que están luchando desesperadamente para conseguir un puesto en el grupo de los poderosos tienden de manera natural a invocar el nacionalismo contra el internacionalismo de las potencias que controlan el sistema. En el siglo XVI, Inglaterra oponía su incipiente nacionalismo al internacionalismo del Papado y del Imperio. En el último siglo y medio, Alemania ha puesto su incipiente nacionalismo al internacionalismo, primero de Francia y después de Gran Bretaña. Estas circunstancias hicieron de Alemania un país impenetrable para las doctrinas universalistas y filantrópicas que se habían popularizado en la Francia del siglo XVIII y en la Gran Bretaña del siglo XIX; y su hostilidad al internacionalismo se agravó tras 1919, cuando Gran Bretaña y Francia se empeñaron en crear un nuevo "orden internacional" como baluarte de su propio predominio internacional. En las páginas de The Times (5 de noviembre de 1938) un corresponsal alemán escribía que "por internacional hemos llegado a entender una concepción que coloca a otras naciones por encima de la nuestra propia". Ahora bien, no hay duda de que, si Alemania llegara a conseguir la supremacía de Europa, adoptaría eslóganes internacionales y establecería algún tipo de organización internacional para reforzar su poder. Un ex ministro laborista del gobierno británico solicitó en un determinado momento (en la Cámara de los Lores, 30 de noviembre 1938) la supresión del artículo 16 del Pacto de la Sociedad de Naciones, ante el supuesto, no deseado, de que en algún momento los estados totalitarios pudieran hacerse con el control de la Sociedad e invocar dicho artículo para justificar el uso de la fuerza por su parte. Sin embargo, parecía más probable que dichos países desearan convertir el Pacto Anti-Komintern en una especie de organización internacional. "El Pacto Anti-Komintern- dijo Hitler en el Reichstag el 30 de enero de 1939- se convertirá algún día en el punto de cristalización de un grupo de potencias cuyo objetivo último no es otro que eliminar las amenazas a la paz y a la cultura instigadas por una aparición satánica." En el mismo momento un periodista italiano escribía: "o Europa alcanza la solidaridad o el Eje tendrá que imponerla". "Europa en su conjunto -dijo Goebbels- está adoptando un nuevo orden y una nueva orientación bajo el liderazgo intelectual de la Alemania nacionalsocialista y de la Italia fascista." Éstos eran síntomas no de un cambio de visión, sino del hecho de que Alemania e Italia sentían que se acercaba el momento en el que serían suficientemente fuertes para adoptar el internacionalismo. "Orden internacional" y "solidaridad internacional" serán siempre eslóganes de aquellos que se sienten suficientemente fuertes para imponérselo a los demás.  

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